PAUL PUMA

PAUL PUMA
Click en imagen para escuchar el poema de Paúl Puma DE LOS ERRORES ESCATOLÓGICOS QUE NOS CONVIENEN A LOS SERES BÍPEDOS CUANDO NOS PONEMOS A EXTRAÑAR A LAS ANÉMONAS TRISTES PERO BELLÍSIMAS QUE NO EXISTEN SINO EN LA IMAGINACIÓN DE LOS ORNITORRINCOS DE AIRE (Cigar City Poetry Journal, ed. and trad. Jonathan Simkins, USA, 2018)

X: un poema de Paúl Puma

sábado, 9 de marzo de 2019

A propósito de la novela Un leve resplandor llamado Claus de Paúl Puma



Muy estimado Paúl:

Ante todo, vaya mi felicitación por el hermoso texto que puso en mis manos: hermoso, por lo poético; terrible, por lo que revela; sorpresivo, por el proceso creativo que evidencia.
“Gr mh gr mh”: sílabas ininteligibles, pronunciadas como anunciando el nacimiento imposible de algún lenguaje paralelo, inician este nuevo libro. Sílabas ininteligibles que, sin embargo, conforme avancemos en el texto, entrañarán un sentido acaso más humano que el utilizado por los hombres. Y me pregunto, ¿dónde, en el ya vasto territorio verbal de este poeta escuché sílabas semejantes? La respuesta viene del fondo del inconsciente: allí están, no las mismas, pero sí análogas: “grr r oh”, “gr r oh”, “gr h”, sí, cuando según su propia y tremenda fábula, dios creó la amargura, y fue entonces la obscuridad, “esta línea de tinieblas que yo labro / con lápiz electrónico / para ti”, dijo dios, “esta fábula sangrienta”: la creación, la historia, nuestro mundo. Palabras de su poemario Eloy Alfaro híper star, obra publicada en el 2002.
            En Un leve resplandor llamado Claus torna a desplegarse, en clave de novela, la misma mirada desencantada y profundamente inquisitiva que proyecta Puma sobre la condición humana, y, a la par, su incesante exploración sobre los límites de la palabra, transgrediéndolos y creando un flujo narrativo que adopta la forma de un diario o más bien de un expediente –viñetas, reflexiones, episodios, memorias– que un hombre en el  filo de la muerte escribe al mejor amigo posible de toda su existencia, Claus, el can fiel, varado el escribiente en un asilo para ancianos, detenido en una fragmentaria y dilatada reflexión que abarca, no solo las incidencias de su intransferible periplo vital sino, finalmente, de la humanidad entera.
            “Estoy cansado de esta humanidad Claus”, confiesa a Claus el narrador-protagonista, quien, pocas páginas atrás, nos ha hecho recordar algo muy reciente, el sobrecogimiento que todos, esta misma humanidad extraviada, sentimos al mirar en las fotografías llegadas a través de la prensa internacional a aquel militante del Estado Islámico en el instante mismo en que se disponía a decapitar a su víctima:

                        Camarada.
Así de mal está nuestro planeta. Cuán indescriptible puede ser la mueca (el pavor que le hace cerrar la boca arrugadamente, el pánico que le hace esbozar la caricatura tétrica del entrecejo) del rostro de un hombre de rodillas que espera ser decapitado por un extremista que mira amenazante su cuchillo frente a una cámara que reproducirá su imagen –de los dos– en vivo y en directo a la humanidad entera.

            Así, en esas pocas líneas, se alude a la posibilidad que tenemos en esta edad postmoderna de sobrecogernos al instante, en tiempo real, de cualquier avatar inhumano que tuviere lugar en los puntos más extremos del planeta, posibilidad bajo la cual persisten oscuras y vastas manipulaciones financieras globales. Recordemos al efecto: “su cuchillo frente a una cámara que reproducirá su imagen –de los dos– en vivo y en directo”. Y sin duda, evidente, allí también el despojo de toda humanidad que implican el gesto y el acto, tanto de víctima, cuanto de victimario, reproducidos, como en un ritual, en la atroz fotografía.
            Si hay una deidad central omnipresente en las páginas de este libro, es la nostalgia. La nostalgia reviviendo proterva e implacable el pasado, no solo lo cruel o nefasto, no solo la enfermedad y la vesania, el desamor y la mezquindad y hasta la putrefacción de los cuerpos, sino también las pocas páginas que el amor o la amistad transfiguran benignamente con un halo bienhechor a ese lobo, el hombre, aquellas que permanecerán indelebles en la memoria, cuales son, entre otras, las de la infancia, allí donde justamente aparece Claus. Pese a ello, todo ese fluir se vuelve necesariamente fragmentario e incluso contradictorio entre unos y otros episodios dado el paso del tiempo y también por la comparecencia, cada vez más ominosa, de ese fantasma: el alzheimer. Ello determina, junto a otros elementos narrativos, la peculiar estructura de la novela: su forma de diario, pero más aún, como se dijo arriba, de expediente o dossier destinado a documentar, fragmentariamente es cierto, pero de modo significativo, y por sobre la peripecia personal del narrador, algunas de las líneas que marcan la deshumanización de nuestra época.
            No parecen casuales, entonces, las alusiones a Kafka y sobre todo a La metamorfosis:

Luego, fue luego y cuando Rosamelia, mi mujer, murió, todos se cansaron de mí. Cuando no fungí de proveedor o cabeza de familia empecé a sentirme como el bicho de Kafka al final del pasillo, en las últimas habitaciones de las casas de mis hijos.

            O:

                        Dicen que Kafka escribió La metamorfosis en una noche. Imagínate a ese estropajo humano después de esa experiencia. Imagina su sombra y la composición ultra re contra vanguardista de una silla que sostiene el caótico paisaje de sus vestiduras silenciosas.

            Kafka, el profeta de la extrañeza, de la ajenidad, del absurdo del tiempo que vivimos. Y también, la sombra de nuestro Pablo Palacio. Significantes que promueven las técnicas específicas del texto de Paúl Puma. Fragmentariedad, tono epistolar, ritmo coloquial, interposición de viñetas, iconografía, fotografías, esbozos, diagramas, espacios en blanco, recursos que personalizan la escritura del autor, no solo ahora, sino desde sus primeros poemarios.
            Una novela de la que el lector saldrá transformado en su conciencia, jamás impune.  Un texto de ahora, por la visión que propone y por las estrategias narrativas puestas en juego. Un testimonio sin concesiones de la contemporaneidad, duro e inflexible y, como en contrapunto,  profundamente poético: tal la presencia de esa como estructura oculta previa a la textura de la página escrita y que en realidad es el verso oculto, anterior e interior, urgido de tornarse versículo y prosa continua y que sigue fluyendo, más allá de su desaparición, en el ritmo incesante de la frase; tal el reconocimiento de la otra realidad implícita que nace analógicamente de la inasequible unión de los contrarios, ese redescubrimiento de las cosas desde la visión solo dada, en momentos únicos,  a los poetas o videntes.

                        Francisco Proaño Arandi

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